Hacer nuevas amistades no siempre es fácil. Aunque todos, en algún momento, deseamos ampliar nuestro círculo social, muchas veces nos encontramos con una barrera invisible que nos impide conectar con desconocidos: la incomodidad de las primeras palabras, el miedo al rechazo o la incertidumbre de no saber cómo comportarnos.
¿Te ha pasado alguna vez? Estás en una reunión, una fiesta o una actividad grupal, alguien se te presenta y, tras un intercambio de saludos, el silencio se vuelve incómodo. Te preguntas si deberías romper el hielo con una broma, compartir una anécdota o esperar que la otra persona dé el primer paso. Mientras tanto, una voz interior empieza a cuestionarse: ¿he causado una buena impresión?
Esa ansiedad social, completamente normal, es más común de lo que pensamos. Y la ciencia lleva tiempo tratando de entender cómo se forman los vínculos entre personas que no se conocen de nada.
Uno de los hallazgos más recientes y reveladores sobre este tema fue publicado en el Journal of Personality and Social Psychology, una de las revistas científicas más prestigiosas en el ámbito de la psicología. El estudio, realizado por un equipo de investigadores especializados en comportamiento social, nos da una pista clara sobre cómo lograr una mejor conexión en los primeros minutos de una conversación: hacer preguntas.
La clave para gustar a los demás: hacer preguntas
Según este estudio, una de las maneras más eficaces de generar una buena impresión es interesarse genuinamente por la otra persona a través de preguntas. Puede parecer algo simple, pero en la práctica, muchas veces tendemos a hablar más de nosotros mismos o a quedarnos en silencios incómodos sin saber cómo avanzar.
Hacer preguntas —especialmente abiertas, que inviten al otro a compartir experiencias, opiniones o emociones— genera un efecto muy poderoso: demuestra que estás prestando atención, que valoras lo que la otra persona tiene para decir y que estás dispuesto a construir una conversación en la que ambos participen activamente.
El estudio: ¿cómo se llevó a cabo?
Para llegar a esta conclusión, los investigadores analizaron el comportamiento conversacional de dos grupos de personas que se conocían por primera vez.
- El primer grupo estaba compuesto por individuos que no tenían ningún tipo de interés romántico entre sí. Simplemente eran extraños que se encontraban para hablar.
- El segundo grupo estaba conformado por personas que participaban en una cita rápida (speed dating), es decir, encuentros breves entre posibles parejas con la intención de conocerse rápidamente y evaluar si existe afinidad.
En ambos casos, los investigadores observaron cómo se desarrollaban las conversaciones, qué tipo de intervenciones hacían los participantes y qué nivel de conexión reportaban al finalizar. Lo que descubrieron fue revelador: las personas que hacían más preguntas eran percibidas como más agradables, empáticas y dignas de confianza.
Y no solo eso. Quienes hacían preguntas también lograban generar un sentimiento de cercanía más profundo, aunque la conversación hubiese durado apenas unos minutos. Este patrón se mantuvo tanto en los encuentros casuales como en los contextos de citas rápidas, lo que sugiere que el poder de las preguntas va más allá del tipo de relación que se desea construir.
¿Qué tipo de preguntas funcionan mejor?
No todas las preguntas son iguales ni generan el mismo efecto. Las preguntas cerradas, que solo requieren un “sí” o “no”, suelen tener un impacto limitado. En cambio, las preguntas abiertas son las que mejor funcionan para crear un clima de confianza y curiosidad mutua.
Por ejemplo:
- En lugar de preguntar “¿Te gusta tu trabajo?”, puedes decir: “¿Qué es lo que más disfrutas de tu trabajo?”
- En lugar de “¿Te gusta viajar?”, podrías preguntar: “¿Cuál ha sido el viaje que más te ha marcado y por qué?”
Este tipo de preguntas invitan al otro a compartir aspectos más personales, lo que genera una mayor conexión emocional. Además, evitan que la conversación caiga en la superficialidad o en los silencios incómodos.
Por qué nos cuesta tanto hacer preguntas
Puede que te estés preguntando: si hacer preguntas es tan eficaz, ¿por qué no lo hacemos con más frecuencia? Hay varias razones:
- Falta de práctica: No solemos entrenarnos en el arte de conversar. En muchas interacciones sociales, estamos más enfocados en hablar de nosotros mismos o en causar buena impresión que en escuchar activamente.
- Miedo a parecer entrometidos: A veces tememos que preguntar algo personal sea visto como una invasión de la privacidad. Sin embargo, si las preguntas se hacen con respeto y naturalidad, la mayoría de las personas agradecen el interés.
- Ansiedad social: El nerviosismo o la timidez pueden bloquearnos. En esos momentos, cuesta pensar con claridad y formular preguntas creativas o interesantes.
- Modelos sociales: En algunas culturas o contextos, se valora más la discreción que la curiosidad. Esto puede limitar nuestra capacidad para establecer conexiones más humanas desde el principio.
Cómo aplicar esto en tu vida cotidiana
Ahora que sabes el poder de hacer preguntas, puedes empezar a entrenarte en distintas situaciones sociales. Aquí algunos consejos prácticos:
- Prepárate mentalmente para escuchar más de lo que hablas. Recuerda que tu objetivo no es impresionar, sino conectar.
- Ten a mano algunas preguntas abiertas que te sirvan para romper el hielo: “¿Qué te trajo hasta aquí?”, “¿Cuál es tu parte favorita de lo que haces?”, “¿Hay algún proyecto que te entusiasme últimamente?”
- Observa y adapta. Si notas que la otra persona se siente cómoda, puedes avanzar hacia preguntas más profundas. Si ves que se cierra, vuelve a temas más neutros.
- Sé auténtico. No se trata de interrogar, sino de mostrar un interés genuino. Las mejores preguntas surgen de la curiosidad sincera.
Una herramienta para la vida
Este hallazgo puede parecer pequeño, pero es transformador. Aprender a hacer preguntas, y hacerlo bien, no solo mejora nuestra habilidad para hacer nuevas amistades: también fortalece nuestras relaciones familiares, mejora nuestro entorno laboral y nos convierte en personas más empáticas y atentas.
Al final, todos queremos lo mismo: sentirnos escuchados, valorados y comprendidos. Y hacer buenas preguntas es un primer paso poderoso hacia ese objetivo.

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