En 1933, el filósofo Bertrand Russell escribió una frase que se ha convertido en una de las observaciones más compartidas de la historia moderna:
“El problema fundamental del mundo es que los estúpidos están seguros de sí mismos y los inteligentes, llenos de dudas.”
Estas palabras, incluidas en su ensayo El triunfo de la estupidez, no eran un ataque gratuito. Eran una advertencia sobre cómo se toman —y se legitiman— ciertas decisiones en la sociedad. Hoy, casi un siglo después, su vigencia sigue intacta. Especialmente cuando la ciencia ha demostrado que Russell tenía razón.
Más de cien estudios posteriores han documentado un fenómeno que nos ayuda a entender por qué tanta gente sin formación se cree experta, por qué el cuñado opina de todo con una seguridad envidiable, y por qué quienes realmente tienen conocimientos tienden a callar o matizar. Ese fenómeno se llama efecto Dunning-Kruger.
Cuando la ignorancia se disfraza de confianza
El efecto Dunning-Kruger es un sesgo cognitivo que lleva a personas con escasa habilidad o conocimientos en un área a sobreestimar sus propias competencias. Dicho de forma más clara: cuanto menos sabes de algo, más fácil te resulta creer que lo sabes todo.
El concepto fue formalizado en 1999 por los psicólogos David Dunning y Justin Kruger, quienes realizaron una serie de experimentos con estudiantes universitarios. Les pidieron que evaluaran sus habilidades en áreas como el razonamiento lógico, la gramática y el humor. ¿El resultado? Aquellos con peores resultados eran, sistemáticamente, los que más alto puntuaban su desempeño.
Una paradoja cruel: la incompetencia impide a quienes la padecen darse cuenta… de su propia incompetencia. Y peor aún: les impide reconocer el conocimiento en los demás. Es una doble ignorancia. No saben lo que no saben y, además, no tienen herramientas para identificar a quien sí sabe.
¿Te ha pasado?
Seguro que sí. Todos hemos asistido a conversaciones en las que alguien habla con absoluta seguridad sobre medicina tras ver un vídeo en TikTok, o recomienda decisiones de inversión después de leer un par de tuits. También lo vemos en el ámbito político, en redes sociales, en reuniones de trabajo, en cenas familiares…
Lo más peligroso del efecto Dunning-Kruger no es que existan personas desinformadas —eso es normal—, sino que esa desinformación venga acompañada de una confianza desproporcionada. Y en un mundo en el que las plataformas premian la seguridad con likes, visibilidad y viralidad, esa confianza puede tener consecuencias reales.
En el entorno laboral, por ejemplo, hay profesionales mediocres que ascienden más rápido que otros más competentes, simplemente porque aparentan saber más. En la vida pública, no faltan líderes que toman decisiones sin criterio, convencidos de que tienen todas las respuestas. Y en las redes sociales, la posverdad, las fake news y la polarización se alimentan justo de esto: de gente que no duda… ni aunque se equivoque.
La trampa de la autoevaluación
¿Y por qué ocurre esto? Una de las claves está en cómo aprendemos. Al principio de cualquier proceso formativo, pasamos por lo que algunos llaman la curva de la ignorancia ilusa. Es una etapa en la que hemos aprendido lo suficiente como para hablar del tema… pero no lo suficiente como para darnos cuenta de lo complejo que es. Por eso, creemos que lo dominamos.
Solo con el tiempo y la práctica, cuando empezamos a entender la profundidad de un tema, aparecen las dudas, las preguntas, la humildad. La paradoja es que cuanto más sabemos, más conscientes somos de lo que nos queda por aprender. En consecuencia, nuestra confianza disminuye… aunque nuestra competencia aumente.
El sesgo que todos compartimos (sí, tú también)
Sería tentador pensar que el efecto Dunning-Kruger solo afecta a otros. A los «ignorantes», a los «inseguros», a los que opinan sin saber. Pero lo cierto es que todos podemos caer en esta trampa. Todos tenemos áreas en las que creemos saber más de lo que realmente sabemos. Y todos podemos cometer errores de juicio.
De hecho, los propios autores del estudio advierten: la solución no es reírse de los demás, sino aprender a identificar el sesgo en uno mismo. Porque reconocer que no sabemos algo es el primer paso para aprenderlo. Pero si creemos que ya lo sabemos todo, nunca nos molestaremos en buscar más.
¿Cómo combatirlo?
La buena noticia es que el efecto Dunning-Kruger puede mitigarse. Aquí van algunas estrategias:
- Cultivar la humildad intelectual: aceptar que nadie lo sabe todo. Que incluso siendo expertos, podemos equivocarnos. Que las buenas preguntas valen más que las respuestas apresuradas.
- Buscar retroalimentación honesta: rodearse de personas que nos digan la verdad, aunque duela. Que nos corrijan, que nos desafíen, que nos ayuden a ver nuestras zonas ciegas.
- Estudiar de fuentes fiables: evitar las cámaras de eco. Leer, contrastar, escuchar a quienes realmente saben. Aceptar la complejidad de los temas y evitar las respuestas fáciles.
- Aprender a decir “no lo sé”: es una de las frases más poderosas —y honestas— que existen. No nos hace menos valiosos. Al contrario: demuestra que tenemos criterio.
- Fomentar el pensamiento crítico: en la escuela, en el trabajo, en casa. Enseñar a pensar, a razonar, a cuestionar. Porque la mejor defensa contra el sesgo… es la educación.
En tiempos de ruido, la duda es una virtud
Vivimos en una era de hiperconectividad, donde la información (y la desinformación) circula a velocidad récord. En este contexto, el efecto Dunning-Kruger se convierte en un riesgo sistémico. No basta con saber mucho. Hace falta saber comunicarlo bien. Y, sobre todo, hace falta recuperar el valor de la duda.
Porque, como decía Bertrand Russell, el mundo está en manos de quienes tienen más certezas que razones. Pero el progreso, el diálogo y la sabiduría siempre han venido de quienes se atrevían a preguntar.
Y tú, ¿de qué temas estás demasiado seguro?
Lectura aconsejada:
Por qué la gente incompetente se cree tan especial (y cómo evitar que te ocurra a ti)

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